Con la desintegración de la horda de Tamerlán debido a rencillas internas y su separación en pequeños y oscuros grupos a lo largo de Asia Central, se vaticinaba el final de la hegemonía de los herederos de los antiguas tribus mongolas en la región. Sus grandes imperios en diferentes rincones del continente habían caído gradualmente, desde la dinastía Yuan en China hasta la Horda de Oro en las estepas rusas. Pocos dirían que una salvaje horda, aparentemente desorganizada, pudiese todavía establecer un gran imperio en un mundo nuevo, donde imperaban diferentes maneras de hacer la guerra y la política. Contra todo pronóstico, los mogoles construyeron desde prácticamente cero un poderoso estado destinado a gobernar una de las mayores masas terrestres y poblacionales de la tierra, con un éxito contundente que muchos estados europeos de la época envidiarían, inmersos en sangrientas guerras religiosas.

Y es que la religión vuelve a ser en este artículo la piedra angular del discurso, junto a la progresión cronológica en base a los reinados de los emperadores mogoles para dividir diferentes momentos en el período. No hay que olvidar que es la pieza que regula gran parte de la vida política, la sociedad y la cultura en la India, a una escala muchas veces difícil de comprender desde un prisma occidental, todo un universo conceptual diferente. Así mismo, este artículo pretende ser una continuación del artículo previo, continuando con el intento de resumir una gran historia de la India en pocas palabras dentro de un rápido vistazo. Es algo que indudablemente falla a una verdad policromática y deja muchas cosas en el tintero, pero no deja de ser un ejercicio interesante para empezar a conocer un nuevo ámbito histórico.

Desde Babur hasta Akbar (1526-1556)

 Babur liderando al ejército mogol en su paso por la India. Es de destacar la heterogeneidad de sus tropas y elementos, ya que se trataría de un ejército multicultural compuesto por individuos de diferentes rincones de Asia.

Fue un mundo complejo el que se encontraron los mogoles a partir del año 1517, dirigidos por el caudillo Babur, cuando desde su base en las fortalezas de Kabul y Kandahar (Afganistán) invadieron repetidas veces, en busca de saqueo, el Sultanato de Delhi y los territorios colindantes. Babur era un descendiente directo de Tamerlán, del que adoptó su título en persa de Gurkan (a su vez proveniente del mongol Kuragan, que significa yerno, para resaltar su enlace con una de las descendientes de Genghis Khan), uniendo ambos linajes. Los propios mogoles resaltaron esta herencia doble en su sangre, denominándose a si mismos como Gurkani, los yernos del Gran Khan. Y haciendo honor de sus antepasados, las tropas de Babur llenaron de saqueos y conquistas todo el territorio desde Samarcanda hasta el río Ganges.

Finalmente se enfrentaron a las fuerzas abrumadoramente superiores del sultán de Delhi en la batalla de Panipat en 1526, matándolo y tomando su capital. Posteriormente derrotaron a los cercanos y belicosos rajputas, por lo que Babur pudo iniciar el establecimiento de un imperio que en su corto reinado expandió desde Bengala hasta Afganistán. Las guerras continuas habían acabado empobreciendo bastante el territorio, y no había una burocracia estatal como tal, sino que más bien el territorio estaba dominado por una aristocracia de poca confianza, controlada desde Delhi a duras penas. Sus breves años en el poder a penas le permitieron fijarse en aspectos más allá del militar, por lo que la religión no tuvo mayor interés para él, de hecho, sintió cierto rechazo por las tradiciones extrañas con las que se encontró, añorando sus tierras de origen. A pesar de ello, en sus memorias, dictadas hacía el final de su vida, dejó a sus sucesores un ejemplo de lo que debía hacer un buen gobernante. Apoyaba mantener una gestión liberal hacía los súbditos y mostrarse conciliador con los enemigos para integrarlos posteriormente, imponiendo una rígida disciplina de respeto a las fuerzas propias para proteger a la población local. Este sería el principio del gobierno de tolerancia que caracterizaría a los primeros mogoles. Finalmente, murió en 1530.

Humayun, su hijo y sucesor, tampoco estableció un estado consistente, debido a todos los problemas que irrumpieron su reinado y le obligaron a exiliarse durante un tiempo. A la muerte de Babur, de carácter más fuerte, los jefes hindúes dominados por él empezaron a dar muestras de rebeldía, mientras que el resto de líderes afganos y turcos integrados en el ejército mogol aspiraban a derrocar el nuevo poder establecido, aunque ninguno lograba unificar debidamente a los posibles rebeldes. A pesar de ello, Humayun pudo realizar algunas medidas en cuanto a lo religioso. Inició la construcción de una nueva capital en Delhi, que llamo Din-panah (Asilo de Fe), un centro cultural donde los pensadores y artistas musulmanes podrían refugiarse, principalmente provenientes de las persecuciones ortodoxas que se realizaban entre los otomanos suníes y los persas safávidas chiíes. Pero este proyecto no continuó adelante por muchos años. Finalmente, Sher Shah Suri, un comandante afgano de Babur, se levantó en armas con el apoyo de otros rebeldes y derrotó a Humayun en 1540, quien fue exiliado a la Persia safávida del Shah Ismail. Fue paradójicamente este general quien inició las reformas administrativas necesarias para acabar con el fuerte feudalismo del antiguo Sultanato de Delhi y disponer de una buena base de poder, aprovechada posteriormente por los mogoles. El linaje de Sher Shah no perduró en el trono de Delhi, ya que en 1555 Humayun recuperó su trono y aplastó cualquier oposición con la colaboración persa, aunque murió pocos meses después en un accidente. El joven Akbar, todavía menor de edad, heredó un trono frágil e inestable, pero contaba a su favor con las reformas de Sher Shah. Este había situado el germen de un fuerte estado imperial, del cual Akbar se serviría para consolidar uno de los mayores imperios de su tiempo, no solo en el aspecto político y militar, sino también valorado por su riqueza cultural y religiosa.

La tolerancia de Akbar, el Grande (1556-1605)

En un contexto de plena tolerancia, el interés por otras religiones creció a lo largo del imperio. La llegada de biblias e imágenes cristianas fue considerable durante el reinado de Akbar, hasta el punto de que artistas mogoles copiaban los motivos religiosos cristianos.

A pesar de que podía haber perdido el trono fácilmente nada más ascender, una fuerte regencia y una habilidad gubernamental y conquistadora sin igual hicieron que el reinado de Akbar se asentase y fuese aceptado por el resto de señores y nobles. Al tomar las riendas del imperio, Akbar, siguiendo la directriz de Babur, no reprimió a sus enemigos, si no que realizó una política integradora sobre una élite caracterizada por su diversidad. Incluyó en el gobierno y la administración a los linajes indígenas e hinduistas, especialmente a los rajputas, además de iniciar una tradición matrimonial con damas nobles de este origen, a las que no se les obligaba a convertirse al islam. Además se incluían en la gestión del imperio a persas chiíes, árabes y turcos sunís, brahmanes y marathas (una clase de guerreros hacendados, de gran importancia en el futuro) hinduistas, entre otros. Se impuso una ideología unificadora basada en la lealtad a la cabeza del estado, no utilizando como criterios el tribal, como ocurría con los otomanos, o el religioso, impuesto en la Persia safávida. El cuerpo de funcionarios, escribas y oficiales militares inferiores, siendo una mayoría no-musulmana, servía fielmente al emperador, figura y vínculo central de un estado tan heterogéneo, quien a cambió les protegía.

En gran parte esto se ha atribuido a las inquietudes de Akbar, un hombre enérgico y curioso, quien promovió una nueva imagen del emperador, que empezaba a desprenderse del caudillaje militar, y se renovaba como patrón de pensadores y santones, versado en conocimientos espirituales muy apreciados por las élites indias. Con el tiempo, este carácter imperial como manantial de sabiduría divina le daría un estatus prácticamente de perfección y divinidad, caracterizado por su papel en las ceremonias, el patronazgo de las artes y la arquitectura y un gran interés por el sufismo, que buscaba formas alternativas para alcanzar la verdad divina. Recogió así la idea imperial unificadora de la India, una tradición en la que los antiguos emperadores hindúes como Ashoka se rodeaban de un aura de santidad, en armonía con el hinduismo. Este concepto que se plasmó en el arte en forma de nimbos y halos sagrados (de forma similar a los santos cristianos), utilizados también por sus sucesores. Para lograr su aceptación como emperador de todos los indios y el resto de minorías, la tolerancia también se tuvo que plasmar en su gobierno práctico. A nivel administrativo también se aplicó dicha tolerancia, principalmente para congraciarse con el importante componente rajput en el aparato estatal, aboliendo la jizya, el impuesto de capitación que se cobraba a los no-musulmanes, y favoreciendo el peregrinaje a los lugares santos hindúes dentro de sus dominios, por lo que eliminó los gravámenes para poder entrar en ellos.

Fatehpur Sikri, cercana a Agra, fue la esplendorosa capital de Akbar, pero tuvo que ser abandonada poco después debido a la falta de agua potable para suministrarla en la zona. Akbar la concibió como un centro dedicado a la filosofía, las artes y la religión.

Su actitud tolerante en cuanto a religión fue más allá. En su nueva capital, Fatehpur Sikri, construyó el Ibadat Khana (Sala de la devoción), dedicado a la discusión teológica y filosófica para alimentar sus propios conocimientos religiosos y buscar lo mejor de cada credo para gobernar. Se rodeó de los principales líderes y sabios de cada religión: ulemas suníes, jeques sufíes, eruditos y brahmanes hindúes, sabios parsis zoroastrianos, ascetas jainistas, rabinos judíos e incluso sacerdotes jesuitas de la colonia portuguesa de Goa, entre otros, pasaron por dicho lugar a compartir sus doctrinas y discutirlas pacíficamente. Esta fue una actividad dialéctica prácticamente sin precedentes en la historia. A Akbar, educado en la fe islámica, le llamó la atención principalmente la fe hindú y sus textos sagrados, abriéndole diversas posibilidades doctrinales que iban desde el panteísmo hasta el agnosticismo, distintos caminos para llegar a Dios, algo amenazante para los ulemas suníes, ortodoxos y muy ligados a la élite musulmana del imperio.

El resultado de toda esta actividad fue la proclamación de un edicto de inefabilidad en 1579, probablemente influido por el chiísmo, por el que a partir de entonces la máxima autoridad en materia religiosa sería el emperador, quien resolvería cualquier disputa entre las diferentes religiones del imperio. A partir de esta orden, fue diseñando una religión sincrética, personalista y estatal en base lo aprendido en esas reuniones, el Din-i-Ilahi (Fe Divina), que se puede considerar el culmen de la política religiosa de Akbar, aunque de muy breve recorrido. Se trataba de un credo ecléctico encabezado por el propio emperador, sufí en su concepción y mazdeísta en cuanto a los ritos, manteniendo el monoteísmo tradicional del islam, en el que el gobernante tenía un papel central como intérprete de la voluntad divina. Además de esta elaboración de corto recorrido, promocionó el hinduismo, que vivió una época dorada en el siguiente siglo tras años de decadencia bajo los diferentes sultanes y emires musulmanes. Entre algunas de sus medidas, tradujo al persa, idioma de la corte y la cultura, obras hinduistas de importancia, como algunos Vedas y las epopeyas del Mahabharata y el Ramayana, además de prohibir el sacrificio de vacas ciertos días festivos para los hindúes, prescindiendo el propio Akbar de alimentarse de dicho animal sagrado.

Desde Akbar hasta Aurengzeb (1605-1658)

Retrato de Jahangir, observando así mismo un retrato de su padre Akbar. En este período la pintura mogola alcanza un gran desarrollo comparable al europeo. Cabe destacar la utilización de aureolas para destacar la santidad divina de los gobernantes mogoles.

El proyecto imperial de unificación y tolerancia continuó bajo Jahangir, el heredero de Akbar, también de carácter conciliador. Akbar murió en 1605, ascendiendo al trono el ya maduro Jahangir. Con intereses religiosos similares a los de su padre, también se rodeó de sabios y santones para discutir asuntos espirituales. Mantuvo la importancia de la lealtad personal al emperador en vez de otros lazos tradicionales, continuando con un gobierno centrado en la figura imperial. Su reinado fue especialmente beneficioso para las artes plásticas mogolas, que vivieron un esplendor sin igual, destacándose la especialidad del retrato realista como transmisor de la personalidad imperial. La estabilidad que había logrado Akbar le permitió a Jahangir dedicarse a otras labores, normalmente de mecenazgo artístico y espiritualidad, más allá de la militar y administrativa, aunque con el tiempo su gobierno personal decayó y fue cediendo el dominio del imperio a una parte de grandes personalidades y consejeros de la corte, principalmente la familia de su esposa, Nur Jahan, de la que estaba profundamente enamorado. Vio necesario continuar con la paz y el diálogo interreligioso iniciado por su padre y siguió los principios de la religión creada por este, aunque no lo impulsó con tanto entusiasmo. En los últimos años de su gobierno, su adicción al alcohol, el tabaco y el opio, recurrente en muchos miembros de la familia imperial, lo convirtieron en un hombre muy inestable y enfermizo, muriendo finalmente en 1627. Dejó un trono que empezaba a mostrarse inestable ante las intrigas palaciegas, tal y como se ve en los problemas sucesorios que se dieron, aunque el imperio continuaba unido y consolidado gracias a la comprensión entre los diferentes credos y culturas iniciada por Akbar.

Shah Jahan prevaleció en dicho conflicto dinástico, sucediendo a su padre en el trono. Con un profundo sentido artístico al igual que Jahangir, sin embargo este se centró más en la arquitectura, destacándose su gobierno por las grandes obras constructivas que se realizaron, como los esplendorosos jardines mogoles, el enorme trono imperial del Pavo Real, la reformada Fortaleza Roja de Agra o el Taj Mahal, el mausoleo dedicado a su esposa preferida. Durante treinta años dirigió personalmente el imperio, asemejándose más a sus antecesores mongoles que a Akbar o Jahangir por su dureza y crueldad, en contra de la imagen romántica que se tiene de él, ejecutando a todos sus posibles contrincantes familiares para asegurarse el trono. A pesar de ello no destacó como conquistador, e incluso se redujo parcialmente el territorio mogol. Mantuvo en parte la política dialogante de sus predecesores, utilizando no-musulmanes en la gestión imperial, cuya participación fue menor, casi más de la mitad de los gobernadores provinciales hinduistas que los que hubo en tiempos de Akbar. El tratamiento liberal hacía la mayoría hindú fue reduciéndose progresivamente a su vez, con el pretexto de mirar por la seguridad y la estabilidad del imperio: se recuperó el impuesto sobre el peregrinaje a ciudades santas, se cesó la celebración de algunos ritos hindúes, se demolieron algunos templos y se castigó las conversiones de musulmanes al hinduismo u otras religiones, un giro a la ortodoxia suní apoyada por los ulemas. Este cambio gradual en la actitud imperial, aunque no fue muy notable en su momento, marcaría el gobierno de su sucesor, Aurengzeb, a la vez que el imperio entraba en decadencia, debido a la corrupción y dejadez de un gobierno cada vez más dominado por el harén imperial. La ruptura con el principio de gobierno establecido por Babur en sus memorias y consolidado por Akbar, supuso el principio del fin del Imperio mogol.

La Fortaleza Roja de Agra, una impresionante mole que fue el centro histórico del poder mogol, reformada por Shah Jahan. Se trata, junto al Taj Mahal y Fatehpur Sikri, del mejor ejemplo de arquitectura mogola que ha llegado hasta nuestros días.

El rigorismo de Aurengzeb (1658-1707)

Aunque su imagen, al contrario de lo ocurrido con la de su padre, probablemente ha sido muy denigrada, se debe reconocer que Aurengzeb supuso un corte total con el legado tolerante de Akbar. Su ascenso al trono vino de mano de una revuelta sangrienta para tomar el trono, ya que ni siquiera era el primero en la línea sucesoria. El heredero designado por Shah Jahan era su primogénito, Dara Shikoh, considerado la viva imagen de Akbar y apreciado por los súbditos hindúes, no así por los ulemas suníes. La animadversión entre los distintos hijos de Shah Jahan era considerable, y cuando este cayó enfermo en 1657, el fratricidio por la sucesión empezó. Aurengzeb, militar reconocido, prevaleció en el campo de batalla y tomó Agra al año siguiente, encerrando a su padre y coronándose emperador. Posteriormente persiguió a Dara, quien fue atrapado y ejecutado acusado de una aparente apostasía para convertirse al hinduismo. Sus otros dos hermanos cayeron en desgracia y murieron en los años siguientes, dejando a Aurengzeb como emperador indiscutible. A pesar de ser diametralmente opuesto a Akbar, fue un gran líder militar que llevó al Imperio mogol a su máxima expresión en un reinado tan largo como el de este último, aunque fueron éxitos de breve duración y sin consolidación ninguna, que desaparecieron a su muerte. Un gestor eficiente, tanto para ascender al poder imperial como para mantenerlo, supo encubrir su gobierno mientras su padre aún vivía, aunque retenido enfermo en palacio, siendo este el titular teórico de la dignidad imperial, hasta el punto que celebró una segunda coronación a la muerte de Shah Jahan en 1666 para legitimarse en el poder.

Aurengzeb, vestido de riguroso blanco y realizando la lectura del Corán. La mayoría de las representaciones de este emperador son vestido al modo de los rigurosos ulemas o con vestimentas militares, dando muestra de su carácter.

Continuador del sistema administrativo de su padre, su reinado se puede considerar exitoso, dominando por medio siglo la India en su práctica totalidad. Su rigorismo religioso, llevado a rajatabla a nivel personal, lo convirtió en una persona austera y sencilla, austeridad que se traspasó a la administración. Fue un fiel seguidor de la ortodoxia suní más absoluta, aliado con los ulemas del imperio. Durante la primera mitad de su reinado se dedicó a mantener en orden a sus súbditos, centrado en la corte o viajando por las provincias, pero a medida que maduró se convirtió en un fundamentalista beligerante y conquistador, y dirigió sus miras contra los últimos reinos independientes del sur de la India. En dichas campañas pasaba largo tiempo realizando lecturas del Corán y orando como un asceta, pero nunca abandonó sus responsabilidades. Al contrario del tratamiento que tradicionalmente se le ha dado, toleró la presencia de los hindúes en su imperio hasta cierto punto, aunque jamás los trató como iguales a los musulmanes, tanto social como jurídicamente, por lo que su intolerancia es en gran parte producto de una leyenda hostil hacia su persona por parte de la tradición hindú, hasta el punto de que mantenía consejeros y generales no-musulmanes a su lado.

A pesar de ello, la política religiosa si cambió, trasladándose del pluralismo de Akbar y Jahangir a un patrocinio concentrado en lo islámico, con cierta marginación de las sensibilidades locales. Los ulemas fueron los grandes beneficiados del patronazgo imperial, aumentando la producción de literatura jurídica islámica así como su fuerza política y social. Los cargos administrativos ya eran abiertamente ocupados con una preferencia por los musulmanes, rompiendo con el trato de igualdad hacía las élites indias ajenas al islam, y se restableció la jizya aplicada a los no-musulmanes, aunque esto pudo deberse más al apuro económico de un régimen en decadencia que a una medida exclusivamente motivada por su fundamentalismo. Ambos fueron hechos que caldearon los ánimos de los líderes de otras religiones. La lealtad se recompensaba con la construcción de templos o mezquitas en el territorio de dicho gobernador o general, mientras que los más desleales, especialmente si eran hindúes, eran castigados con la destrucción de sus templos, sustituidos por esplendorosas mezquitas estatales. Parte de esta política fue también la denuncia y ejecución del noveno gurú sij, aunque esto se debía al aumento de sus seguidores y su militarismo, una amenaza para la integridad imperial.

La extensión del dominio mogol bajo el gobierno de Aurengzeb. Prácticamente todo el subcontinente y Afganistán quedaron incluidos en el imperio, con las excepciones de Ceilán, el extremo sur y las pequeñas colonias europeas. A pesar de estos logros, dichas conquistas fueron efímeras y los mogoles iniciaron su decadencia a la muerte de Aurengzeb.

Por estas y otras razones de diversa índole, la enemistad de grupos como los sijs, los rajputas o los marathas frente a los mogoles fue en aumento. El secularismo de Akbar había sido la clave para lograr una sociedad pacífica y plural, requisito básico para poder establecer un imperio tan diverso y con tal envergadura en la India, pero este había acabado por quebrarse. La decadencia, la disensión y el descontento no tardaron en apoderarse del imperio, que cerca del final de su hegemonía solo se mantenía unido por la fuerte voluntad de Aurengzeb, y la propia nobleza cortesana y el harén se dividieron buscando velar por sus intereses, convirtiendo a la corte mogola, a la muerte del emperador, en un campo de batalla entre diferentes pretendientes y sus apoyos.

El final del Imperio mogol

Aurengzeb murió a la avanzada edad de 88 años, habiendo logrado grandes gestas militares y uno de los mayores imperios de la historia en cuanto a extensión, pero fueron logros efímeros. El hijo y heredero de Aurengzeb, Bahadur Shah, fue el último del período de los grandes mogoles. Debido a su larga espera para heredar el trono, fue coronado con 63 años de edad, por lo que su reinado fue breve, de tan solo cinco años. A pesar de ello, demostró unas grandes aptitudes para el gobierno, viajando de un lado a otro para establecer tratados y pacificar a los grupos subversivos contra el gobierno de su padre. Pero nada pudo frenar la disolución del poder imperial. El antiguo proceso sincrético entre el hinduismo y el islam, iniciado por Akbar y toda una serie de pensadores, sufís y gurús, había favorecido la unidad y el entendimiento dentro de un imperio progresista, casi de corte liberal en cuanto a la amplia participación de todas las sensibilidades existentes, siendo frenado por Aurengzeb. Este último, ferviente islámico, reaccionó contra esta tendencia, y aunque no fue frontalmente contra el resto de religiones, remarcó la separación entre el legalismo religioso suní, entendido como un cuerpo único de creyentes, y las tendencias más espirituales, frenando las influencias del hinduismo al islam predominante en la corte imperial y su entorno. Así se recalcó que el emperador no solo era el líder temporal, también el líder espiritual, lo que le continuó dando una preeminencia sobre el resto de gobernantes musulmanes de la India, aún después de la pérdida del imperio. A la vez hubo desarrollos religiosos independientes al Imperio mogol en este período final, especialmente entre los círculos hinduistas. El sistema de castas, tras siglos de dominación musulmana, se había relajado considerablemente y habían surgido nuevos vínculos de relación entre los hindúes, siendo de especial importancia la doctrina del bhaktismo, de gran espiritualidad en contraposición a la rigidez de las castas y al renovado legalismo islámico.

Hacía mediados del siglo XVIII, el imperio mogol, superado por las fuerzas marathas, la injerencia británica y los saqueos de tribus externas, se limitaba a un pequeño reino alrededor de Delhi y su llanura. Este duró hasta 1857, cuando el último mogol fue exiliado por su apoyo a la rebelión de los cipayos.

La distancia entre las distintas comunidades indias, antiguamente en estrecha relación gracias a Akbar y la idea de un imperio unido por un líder comunicativo, liberal y abierto, se fueron haciendo mayores, y finalmente acabaron por quebrar. El entendimiento dio paso al enfrentamiento, y los recorridos separados que empezaron a llevar cada religión solo potenciaron este conflicto. El legalismo intransigente iniciado por Aurengzeb fue de alguna manera el germen de una idea de comunidad musulmana unida por sus creencias y diferenciada del resto, que dio paso al anhelo de la creación de un país musulmán durante el periodo colonial que siguió a la llegada de los británicos. Los hindúes, muy dispersos cultural y políticamente, también encontraron un nexo de unión en corrientes religiosas que aglutinaban a comunidades dispares, además de que se mantuvo presente la idea de una India imperial y tolerante como la de tiempos de Ashoka o Akbar, de alguna manera revivida por la reina Victoria. Tras el exilio forzado del último emperador mogol a la colonia británica de Burma, esta se auto-proclamó emperatriz de la India. A pesar de ello, el deseo de independencia fue a más, además de que también se había plantado la semilla de la creación de una nación propia para los indios, unificada principalmente por las tradiciones religiosas comunes a todos los hindúes.

Ambos deseos volvieron a juntarse temporalmente, a pesar de sus diferencias tradicionales, en el momento de la emancipación del subcontinente en 1947, existiendo incluso movimientos a favor de formar un único país para todos los indios, pero finalmente la iniciativa acabó bifurcándose por esa constante distinción religiosa, con un sangriento enfrentamiento y grandes movimientos de población de por medio, creando así las respectivas repúblicas de la India y Pakistán (posteriormente dividida a su vez con la separación del Pakistán oriental bajo el nombre de Bangladesh).

Bibliografía

GASCOINE, Bamber: Los grandes mogoles. Noguer, Barcelona, 1972.

METCALF, Bárbara y METCALF, Thomas: Historia de la India. Akal, Madrid, 2014.

SARDESAI, R.D.: India. La historia definitiva. Belacqva, Barcelona, 2008.

SPEAR, Percival: Historia de la India II. Fondo de Cultura Económica, México D. F, 2001.

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